"Y me fui por la Bajada Vieja": el último adiós...
Hoy nos vamos todos por la Bajada Vieja. Hoy vuelve Ramón Ayala a este antiguo camino posadeño al que le cantó con palabras que hace años dejaron de ser suyas y nos pertenecen a todos. Allí cerrará su ruta final por Misiones la urna con sus cenizas que llegó ayer a la provincia y recorre seis puntos emblemáticos: Iguazú, Montecarlo, Puerto Rico, Panambí, Garupá y Posadas. Un poco como si llegara con su adiós a los cuatro puntos cardinales. Un poco deteniéndose en cada uno de los ríos que abrazan Misiones.
Fue un pedido de Ramón, volver a su tierra. Esa tierra a la que le cantó volviendo poesía sus paisajes y los personajes y las escenas más cotidianas de sus barrios, montes y costas. La convocatoria es a las 18.30 en la Costanera y la Bajada Vieja, frente al monumento a Andrés Guacurarí. Tal vez allí, antes de partir, podamos cantarle, al Pan del Agua. Quizá mirando ese río nació el "se me vuelve camalote el corazón" de El Jangadero. Y allí, nos iremos con Ramón por la Bajada Vieja, hasta la estatua y el paseo que le rinde homenaje hace más de tres décadas.
Habrá alguno que pueda escuchar los versos de Mi pequeño amor sin estremecerse. Deben ser pocos. O que, cuando escuchen "Neike, neike", no reconozcan su canto a la dura vida del mensú. Y quien no quiere "un ranchito borracho de sueños y amor" como el Cosechero, una de sus canciones más cantadas en el país.
Tuvimos la fortuna de verlo en los escenarios. Fuimos unos privilegiados. Quizás estuvimos entre los que lo vimos bajar las escaleras centrales del anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, aquel Festival Nacional de la Música del Litoral, seguido por la luz cenital, cuando ya tenía los años suficientes como para que eso resultara casi una hazaña; solemne, elegante.
Con seguridad lo habremos escuchado improvisar sobre sus propios versos, con esa catarata de metáforas sin fin, regalando sus entrañables canciones, nuevas cada vez. Cada uno sabe qué Ramón atesora. Puede que seamos de los que además saben que el poeta también hablaba así, en poesía, fuera del escenario, cuando charlaba, cuando reflexionaba. Nunca olvidaremos su manera única de cantar recitando.
Tuvo una larga vida. Ramón Gumercindo Cidade Morel nació en Garupá, Misiones, el 10 de marzo de 1927. Falleció en Buenos Aires el 6 de diciembre del año pasado a los 96 años. Pudo ver correr las diez décadas de su siglo y se detuvo casi a las puertas del centenario. Pero, también tuvo una vida larga como artista. Conoció el reconocimiento desde muy joven. Y sólo él sabe cuánto le costó transitar esos vaivenes de la fama, a veces tan generosa, a veces tan esquiva. Quizás por eso se puso a estudiar canto cuando la estatua que le hizo Hugo Viera en 1989, ya llevaba años rindiéndole homenaje en la Bajada Vieja.
Las generaciones que crecieron cantando Posadeña Linda -hoy canción oficial de Posadas pero consagrada mucho antes un himno posadeño por peso propio de tanto cantarla de puro gusto- saben que haberse cruzado con el autor de esos versos fue uno de esos inusuales regalos que la vida hace muy de vez en cuando.
Es que Ramón nos pintó como solo puede hacerlo ese que de alguna manera tiene el privilegio de ponerle el nombre a las cosas. Ramón fue parte de una generación fundacional para nuestra provincia.
Hoy nos vamos todos a la Bajada Vieja. A cantar Posadeña Linda hasta fundirnos en una sola voz. Esa es la idea, invitaba el también artista y su compañero de escenario Cacho Bernal Hoy, aquí en Posadas, se colocará una placa y se plantará un lapacho, como se hizo en los otros puntos-homenaje del recorrido. Y también se sumarán artistas a honrarlo con su música. Pero Posadeña Linda, vamos a cantarla entre todos.